Autor: adminlogi
Revelaciones EF GLDC
Bogotá, 23 de abril de 2024
Academia de la Lengua
Señor Director de la Academia Colombiana de la Lengua, don Eduardo Durán Gómez, señores académicos, señores Magistrados y exmagistrados de las Altas Cortes, apreciados compañeros y amigos de la Cámara Colombiana del Libro, de la Casa Kopp, de la Fundación Pro del Chocó, del Consejo Nacional Profesional de Economía, Beatriz, León Felipe y Lilian, Diego Alberto, señoras y señores.
Vengo aquí, a este hermoso recinto, a recibir una honrosa distinción de parte de ustedes hoy, 23 de abril, cuando se conmemora el Día del Idioma y el aniversario de la muerte de don Miguel de Cervantes Saavedra.
Me siento, pues, altamente halagado por este homenaje por lo que ha sido mi labor como colaborador de la Cámara Colombiana del Libro y su presidente durante varios periodos, por haber sido el creador de la Feria Internacional del Libro, así como de la fundación Fundalectura, y por mi obsesión permanente de que los colombianos lean más, pues, yo creo, que quien no lee, no piensa, y es como aquel que camina por el mundo sin saber, ciertamente, a dónde va.
Yo, que nací en el idioma español y es claro que moriré en esta bella lengua, no me canso de pensar en cuántos grandes escritores la han embellecido desde aquel momento en que don Miguel de Cervantes resolvió escribir El Quijote para hacer una crítica satírica hacia la literatura de su época, a los libros de caballerías y a las hazañas heroicas de los caballeros andantes.
Me llamó siempre mucho la atención que don Quijote vio el mundo a través de un lente de realidad distorsionada, un mundo totalmente de ficción, mientras que Sancho Panza, su fiel escudero, tenía a toda hora sus pies en el suelo, pragmático y realista como pocos. Sin duda Cervantes quiso burlarse de todas esas historias de pura fantasía de los famosos caballeros y, a fe, que lo logró para toda la eternidad. También debo resaltar que, a mi juicio, don Quijote representa, igualmente, la lucha entre la imaginación y los buenos deseos y la dura realidad que con frecuencia mata lo poco bueno que los seres humanos podemos tener. Pero, además, su relación con los libros fue fundamental para poderse identificar como caballero andante. No fue, pues, solo burla, era un profundo sentimiento que llevaba muy adentro en su corazón. Y qué hermoso sería que algo de caballeros andantes pudiésemos tener hoy los hombres cuando el sexo, el dinero y el poder todo lo compran, nada resiste su atracción. Los verdaderos valores como la ética, la libertad, la justicia y los derechos humanos, en general, poco valen para la mayoría de quienes habitan este planeta.
Yo llegué a los libros desde niño, de la mano de mi madre, que amaba la literatura y, dentro de ella, la poesía, y de los muchos versos que ella me leía, nunca pude olvidar a Gustavo Adolfo Bécquer y sus bellas rimas.
“Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán“. (…)
Unas rimas que bien reflejan sus tristes amores, pues, inocente que fue, tuvo la locura de enamorarse al tiempo de dos hermanas, y por eso nunca pudo conocer la felicidad, si es que esta existe, ni en el amor ni en sus versos. Pues como si una maldición lo persiguiera, murió a la tierna edad de los 34 años, de tuberculosis.
Bécquer nació en Sevilla, España, y siguiendo yo, apasionadamente, la historia de su vida, encontré, en la misma ciudad, a don Antonio Machado, otro gran poeta que nunca he podido olvidar, otro poeta, cuando no, que tuvo una vida amorosa más triste, si cabe, que la de Bécquer. También murió de enfermedad en los pulmones. Como si estuviera de moda que todos los poetas y escritores que yo admiraba se murieran de tuberculosis. Y sucede que lejos de allí, también, se moriría de tuberculosis, mi amigo Franz Kafka. Y sus amores, al igual que los de Bécquer y Machado, fueron un verdadero desastre. Tengamos en cuenta que Kafka se comprometió, oficialmente, tres veces en matrimonio, dos de ellas con la misma mujer, y las tres veces él rompió el compromiso. Piadosamente he ido a visitar en varias oportunidades su tumba en el cementerio judío, en Praga, y mirando su lapida le he preguntado, reiteradamente, cómo fue todo aquello de sus amores. Me dice que sí leo algunas de los cientos de cartas que le escribió a Felisa, o más tarde a Milena, tal vez lo entienda. Y las leí y, sigo pensando que, verdaderamente, este buen amigo no tenía salvación y que por eso fue capaz de imaginar que uno se acuesta normalmente y amanece convertido en un insecto.
Volviendo a los amores de don Antonio Machado quiero contarles que, en mi opinión, ellos fueron algo de no creer. En su época, en España, los hombres y las mujeres tenían por costumbre casarse jóvenes, y así se casó su hermano, Manuel, pero Antonio no se animaba, cumplió los 20 y los 22 y los 25 y los 28 y los 30 y los 32 y, claro, se entiende, ya tenían frecuentes discusiones familiares por ser un solterón empedernido. Era muy raro, muy extraño que no se casara. Pero ocurrió que un día, cuando cumplió los 32, se fueron de visita donde unos amigos y allí se encontró, de repente, con una chica de tan solo 13 años y, gran sorpresa, ahí sí se enamoró perdidamente de ella para el desconcierto y rechazo de toda la familia. Una niñita de 13 años y un hombre de 32, era escandalosa la diferencia. Pero Antonio insistió e insistió e insistió hasta que Leonor, que así se llamaba, cumplió los 15 años y él 34. Y la Iglesia, para mi sorpresa, confieso que no soy tan docto en materias religiosas, les aprobó el matrimonio. Es una historia bastante singular y muy romántica, diría yo hoy día.
Estarán ustedes preguntándose para que cuento yo esta historia, esta mañana, pues paso a decirles, así de sopetón, bruscamente, que cuando Leonor cumplió los 18 años, tres años nada más, llevaban de matrimonio, ella se murió y se murió de tuberculosis, precisamente, tenía que ser, claro está.
Machado escribió, entonces, uno de los versos más breves y más hermosos que uno se pueda imaginar. Dice así:
“Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”.
Machado con sus 37 años a cuestas y una pena inmensa, tremenda, en el fondo de su corazón, empezó a buscar como sobrevivir y a participar en la vida cultural española. Con el paso de los años gana renombre como poeta y en 1927 es recibido en la Real Academia de la Lengua, en Madrid, y un año después, conoce a la única mujer que él pensó que podía llenar la inmensa ausencia de Leonor, Guiomar se llamaba. Pero Machado era republicano y las tensiones políticas con lo franquistas ya estaban en ebullición. Y Guiomar era franquista, monárquica, católica, muy religiosa, casada y con tres hijos. Durante varios años tuvieron amores secretos, solo se veían a hurtadillas, a tomar un café y, hablando de lo que se podría llamar estar juntos en la intimidad, nunca se consumó. Juzguen ustedes esta relación.
Con el paso de los días llegó la guerra civil, le dijeron a Machado que siendo ya un poeta de tanto renombre y republicano, que corría peligro, que debía abandonar España. Él, como buen hijo de familia, seguía viviendo con su madre, en medio de una pobreza tremenda, y se ganaba la vida como un simple maestro de francés en una que- otra escuela. En su pobreza se le habían caído los dientes, por lo que daba verdadera lástima. En medio de las advertencias pensó en irse para Francia, entonces, y de la manera más secreta posible, lo llevaron a Barcelona. Pero allí le dijeron que debía huir, en el acto, pues para allá iban los franquistas. Ante esto, tomó a su anciana madre de la mano y arrastrando los pies logró llegar a Colliure en Francia. Al mes siguiente murió y, como tocaba, murió de una enfermedad en los pulmones, no podía morirse de nada diferente. Su madre, fiel hasta la muerte con su hijo, lo siguió tres días después, o sea enterró a su hijo y se echó la bendición y se acostó y se murió ahí, no más, literalmente. Es así, como comparten tumba allá en el extranjero, en Colliure.
Poco antes de morir Machado había escrito:
“Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
(…)
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar”.
Yo, como era obvio, entonces, por todo lo que les he narrado, sentí pues, una gran atracción por la poesía y desde joven quise escribirla. Y así lo hice, pero durante muchos años fue un acto clandestino, secreto y, cosas que pasan en la vida, estando yo de embajador plenipotenciario en las Naciones Unidas, decidí, finalmente, que había llegado la hora, que los tenía que publicar, y allí, en Nueva York, los revisé, lentamente, uno a uno, hasta pensar, de manera ilusoria, que sí podían conocer la luz, pero con tan mala suerte que no vieron la luz sino las sombras, pues estando en el aeropuerto, ya de regreso para Colombia, me robaron el maletín en el que cargaba toda mi producción poética, hasta ese infausto día para mí.
Ante mis fuertes y angustiosos reclamos, Avianca me dijo que lo único que se podía hacer era poner la denuncia en la policía del aeropuerto y, destrozado por la pérdida, con mucha tristeza y rabia a la vez, procedí de conformidad a hacer el denuncio, pero el policía del caso, nunca creyó mi historia, pues con la cara de tragedia que seguramente yo tenía, no se tragó mi cuento , digo, y pensaba que lo que se me había perdido no eran unos versos, que yo, realmente, ocultaba una dura verdad y que lo que se me había perdido eran unas valiosísimas joyas, o miles de dólares, pero nunca unos míseros versos.
La vida de los poetas es muy diferente a la de los demás mortales; vibramos en ondas diferentes y nos dicen que estamos locos cuando en la noche nos ven mirando la luna o, absortos, parece que nos quedamos mirando al vacío cuando en verdad estamos mirando son los ojos de aquella mujer que un día nos dijo adiós, sin volver a mirar atrás.
Volviendo al policía de marras, displicentemente, tomó nota de mi angustiada declaración y ahora y siempre creí que al abandonar yo su despacho, echó, prestamente, las notas a la basura. Y, claro, como es fácil concluir, el maletín nunca apareció. Y mis secretos versos se los tragó la nada, para siempre.
Mucho tiempo después de cuestionar mí suerte, me animé otra vez a volver a escribir y ya he publicado varios libros que andan por ahí, dando vueltas. De pronto, en el torbellino que es este mundo, alguien me detiene y me dice alguno de mis versos, y yo me lleno de alegría, o un desconocido, de repente, me dice “adiós poeta”, yo sonrío y me digo, esa es la vida de quien se atreve a escribir versos, nada más, para los poetas nunca habrá nada más. Y, digamos, humildemente, que, para nosotros, es una gran satisfacción que al menos eso suceda.
Confieso aquí, esta mañana, que mucho me hubiese gustado dedicarme a la poesía, pero bien sabemos que ello no es posible, pues es claro que es casi imposible económicamente vivir de ser poeta. Lo normal es que el poeta no salga nunca de pobre, difícilmente podrá pagar el alquiler, o si vive con una amiga, a ella le tocará trabajar para sostenerlo.
Y hablando de libros y de poesía, lo que es obligatorio aquí en la Academia de la Lengua, cómo no, en esta sobresaliente ocasión para mí, decir unas pocas palabras sobre Jorge Luis Borges, uno de los escritores más influyentes y originales de toda la historia de la literatura, y quien ha sido para mí un referente eterno. Borges escribió en español, precisamente, pero no solo escribió, sino que leyó desbordadamente, hasta que, por la mala suerte de su herencia genética, se quedó ciego. Así lo manifestó él mismo:
“Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche”.
Borges escribió ficción como nadie, y en su escritura inventó libros para burlarse de los eruditos y de sus lectores también, pues, con frecuencia, no sabemos si lo que estamos leyendo es de Borges o es de otro autor y, además, con su endiablada cultura cita personajes que a veces son reales y otras son imaginarios. Y uno, como buen tonto, buscando en la enciclopedia o en Google, personajes que nunca existieron.
De su inmensa producción son de profunda recordación para mí Ficciones y El Aleph, y de su bella y compleja poesía, solo alcanzo a mencionar hoy dos, con pequeñas partes del poema 1964 y de la “La Luna”. De este último
“Cuenta la historia que en aquel pasado
tiempo en que sucedieron tantas cosas
reales, imaginarias y dudosas,
un hombre concibió el desmesurado
proyecto de cifrar el universo
en un libro y con ímpetu infinito
erigió el alto y arduo manuscrito
y limó y declamó el último verso.
Gracias iba a rendir a la fortuna
cuando al alzar los ojos vio un bruñido
disco en el aire y comprendió, aturdido,
que se había olvidado de la luna.
La historia que he narrado aunque fingida,
bien puede figurar el maleficio
de cuantos ejercemos el oficio
de cambiar en palabras nuestra vida”.
Y de 1964, estos fragmentos:
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,
cristal de soledad, sol de agonías.
(…) pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar.
(…) La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina”.
Y qué se podría decir de los amores de Borges, pensando en Bécquer, Machado y Kafka: que los amores de Borges fueron algo difícil de imaginar. Tuvo un amor de juventud con Elsa Astete, cuando él tenía 26 y ella 17, pero se separaron, y ella se casó y después, oigan ustedes, ella ya viuda y con un hijo y cuando Borges tenía ya la módica edad de 68 años, se casaron. ¡Qué tal esa! Y, espero que me oigan bien, a los dos años de matrimonio, se separaron. Entonces, si hacemos la cuenta, él amó a esa mujer a la distancia, durante 42 años, o sea que era un amor increíble y uno dice, bueno, cásense, ya es suficiente tan larga separación, pero lo que no se puede aceptar es decir que, en el aire, que con su febril imaginación, mantuvo vivo algo que no existía.
En aquel interregno de los 26 años de esta pareja y los 68 de Borges este se enamoró de dos hermanas, Norah y Haydée Lange, bellas ambas, y les escribió versos e hizo hasta lo imposible por conquistarlas, pero ambas, tranquilamente lo abandonaron. El mal de Bécquer que antes les narré, aquí también se dio.
Después de estos abandonos y ya roto su matrimonio, Borges conoció a María Kodama, su última esposa y compañera hasta el final, pero sucede que los separaban 40 años de distancia. Y uno se pregunta cómo pudo funcionar esa relación, pero así fue.
Y, así, pensando yo en Bécquer, Machado, Kafka y Borges escribí un pequeño poema que dice así.
“Todo amor
es una esclavitud.
Y mientras más grande
y más hermoso el amor
más grande y más terrible
la esclavitud”.
Para terminar este, mí pequeño y respetuoso homenaje al inolvidable Borges, recordar lo que dijo Mario Vargas Llosa sobre él: “la obra de Borges es siempre perfecta, como un anillo”.
Regresando al mundo de los humanos, quiero comentarles, resumidamente, que, como presidente de la Cámara Colombiana del Libro, quise siempre hacer muchas cosas, en favor de los libros y de la lectura y no sé cuántas logré, pero hoy me parece oportuno recordar aquí tres de ellas: la Ley del Libro, la Feria Internacional del Libro y una fundación, Fundalectura.
Siendo yo senador de la República, por allá en el año de 1993, con la compañía de los directivos de la Cámara Colombiana del libro de esa época, consideré necesario conseguir la aprobación de una ley que diera estímulos a los escritores, los editores, las librerías y los lectores. Así pues, nos dimos a la tarea, y en un año conseguimos su aprobación y ella es la ley # 98 de diciembre 23 de 1993.
Esta ley aprobó que los escritores, los editores y las librerías estuvieran exentos del impuesto sobre la renta y, además, asunto muy importante, que los libros no paguen IVA.
Desde ese año de 1993 hasta el 2023, se tramitaron 19 reformas tributarias y en todas ellas intervine; en 18 de las cuales la ley se mantuvo incólume, hasta la del año pasado que, contra mi voluntad, se le impuso un gravamen del 15 % sobre la renta a los editores.
Por otro lado, La historia de la Feria Internacional del Libro es una historia muy larga que trataré de resumir al máximo.
En el año de 1985, siendo presidente de la Cámara Colombiana del Libro, discutimos sobre la necesidad de tener en Colombia una feria del libro internacional, que le diera a Colombia una posición editorial relevante, que le permitiera el lanzamiento de nuevos títulos, la presencia destacada de escritores nacionales y extranjeros, buscar un estímulo que permitiera a miles de personas estar cerca de los libros e incentivar así su lectura, pues Colombia era un país poco lector y, aunque al día de hoy hemos crecido, es claro que todavía tenemos un largo camino por recorrer.
Fue así como en 1988 inauguramos la primera feria y desde entonces es un evento que no ha parado de crecer. En este momento estamos en la número 36. Es decir, son 36 años de labores ininterrumpidas, de un éxito nacional e internacional indiscutible, lo cual, naturalmente, me llena de inmensa satisfacción.
En cuanto a Fundalectura, bajo mi dirección, nació en 1990, con el propósito de contribuir al desarrollo cultural del país mediante la generación de condiciones y líneas políticas en lectura y escritura que impactaran toda la sociedad. Es hoy una institución con amplia trayectoria como creadora de cultura, conocimiento y metodologías innovadoras para el fomento de la lectura, la escritura y la oralidad.
Fundalectura es, además, la sección colombiana, del International Board on Books for Young People, IBBY, integrada por 68 secciones nacionales que conforman una red mundial comprometidas con el ideal de reunir niños alrededor de los libros.
Bien, debo terminar esta intervención, agradeciendo de nuevo, de manera muy especial, a la Academia Colombiana de la Lengua por el inmenso honor que me hace con este reconocimiento.
Mil y mil gracias,
Jorge Valencia Jaramillo